viernes, 15 de febrero de 2008

JUAN LAURENTINO ORTIZ, poeta de río...


...Sueño para lo mío una "poesía" de pura presencia, de resplandor casi, sin "forma", o con la muy fluída o aérea de los estados interiores -armonía o visión-, o su correspondencia posible.
Creo además, en la poesía que compromete todo el ser, en la que es un don absoluto, en la que es "el amor que encuentra su propio ritmo", y consecuentemente en la que sigue los pasos de la historia y aun de la circunstancia porque es combustión y trascendencia antes de ser, si el poeta se siente impulsado a ellos, "servicio" y militancia.
Pero creo, sobre todo, en su variedad infinita y en su eterna alada libertad hasta en las horas en que el poeta, fiel a su sueño o a su necesidad de integrarse, deba "desaparecer en un gran deber consentido y amado"...
Olvidaba decirle que yo la siento como una profunda necesidad, como la respiración misma, y a la vez inasible y fugitiva a pesar de la entrega más total, de la humildad más rendida, y de la inocencia más trasparente que me es dado hacer en mí. Y que tengo especial fe en la que no está escrita y que será vivida por todos como algunos ahora se impregnan de la del aire, de los árboles, del agua...
Y no terminaría nunca, querido amigo. Sobre poesía generalmente no hacemos más que divagar o expresar nuestras muy limitadas preferencias cuando no referirnos sólo a la muy mezquina que nos es dado aprehender. "La poesía está donde está" decía Güiraldes. Pero la hija humilde o angélica, agregamos nosotros, de los cambios de la vida y de las categorías que ellos van estableciendo, aunque también empinada sobre el vértice de las épocas, pitonisa ardiente.

Juan Laurentino Ortiz -Juanele- nació el 11 de junio de 1896 en Puerto Ruiz, cerca de Gualeguay, provincia de Entre Ríos, ciudad donde vivirá hasta 1942 cuando se muda a Paraná. En 1917 funda junto a otros poetas el grupo "Amigos de la Revolución Soviética". Salvo distintas "escapadas" a Buenos Aires y una breve visita a China y otros países socialistas en 1957, nunca quizo abandonar su provincia de Entre Ríos. Escribió un único libro:
En el Aura del Sauce. Fue editado en vida del poeta en 1970 y está compuesto por trece libros. Diez que habían sido publicados individualmente por Ortiz en pequeñas y personales ediciones: El Agua y la Noche (1933), El Alba Sube...(1937), El Ángel Inclinado (1938), La Rama Hacia el Este (1940), El Álamo y el Viento (1948), El Aire Conmovido (1949), La Mano Infinita (1951), La Brisa Profunda (1954), El Alma y las Colinas (1956), De las Raíces y del Cielo (1958); y tres publicados por primera vez en 1970: El Junco y la Corriente, El Gualeguay y La Orilla que se Abisma. El 2 de septiembre muere, en Paraná, víctima de un efisema pulmonar. Y se convirtió en río...




Ella...

Ella estaba enamorada de sí misma...
Oh, los espejos...

Oh, la embriaguez de plata
de ella
en el aire de los zarcillos...

Luego fue de los velos...
Las nubes del otoño
sólo,
sólo, ay, para una novia...
Los velos...

Y fue más tarde de las hojas...
pero de las hojas como joyas
del viento...
Las hojas...

Y con el tiempo fue del río...
mas lo mismo que un ala,
a veces invisible,
sí...
o una ramilla, al ras, midiendo
la danza...
Un ala y una ramilla
únicamente...ay,
del río...
El río...

Después, después, las cosas
con su perfume
séptimo...
Y ella, las cosas mismas
buscándose,
para la comunión ?
para la adoración ?

Y ella, las almas mismas
también,
buscándose las manos
en los laberintos,
tras de todas las rejas,
a través de todos los órdenes...
a través de todos
los mundos...

Las cosas y las almas...
Y al fin, ay, al fin...
el grito hacia el mar
o la noche...
El grito de la niña,
o de algo
que ya no se veía,
sobre el último
hilo...

En la ribera, es cierto,
sólo un hilo,
llamando ?
La pregunta a las estrellas
perdida, es cierto,
en el jamás ?

Pero por qué, por qué,
a la vez,
menos que una vibración,
menos
ella,
en la corriente de las profundidades
hacia la edad
verde...
sube, sube de repente, sube...
sin nombre,
desde todas las presiones ?

Y por qué, por qué,
de repente en la luz,
quemada por un ángel,
por qué
sale de la luz, ella, corriendo...
corriendo
a los caminos de la sed,
con el vaso de agua en las manos,
y descalza,
por qué ?...





FUI AL RÍO
 
Fui al Río y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
 
Regresaba
-¿Era yo el que regresaba?-
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!.
 

TARDE
 
El mundo es un pensamiento
realizado de la luz.
Un pensamiento dichoso.
De la beatitud, el mundo
ha brotado. Ha salido
del éxtasis, de la dicha,
llenos de sí, esta tarde,
infinita, infinita,
con árboles y con pájaros
de infancia ¿de qué infancia?
¿de qué sueño de infancia?
 
 
 
EL PUEBLO BAJO LAS NUBES
 
Duerme el pueblo. ¿Es ello cierto bajo esta luz
casi nevada de un jardín algodonoso
que flota, se abre, y ciérrase sobre las calles solas
en una fantasía toda infantil de pura?
 
Yo sé, oh, que las cosas, sólo las cosas, sólo
se iluminan en esta irradiación alada
y cándida—Grandes cisnes efímeros
sobre un sueño de cal y de follajes?
 
 
 
NO ERA NECESARIO...
 
No era necesario mirar el cielo ni las ramas.
Aquí te vi, en la tierra pura, en la tierra desnuda.
Aquí te vi, espíritu primaveral, danzar o arder serenamente
      como la alegría sin nombre,
transparencia imposible de una dicha flotante sobre el polvo.
 
Aquí te vi, niña fantasmal de velos diáfanos, en el mediodía
      inexistente.
No era necesario mirar el cielo ni las ramas.
 
 
 
SÍ, MIS AMIGOS, ALLÍ EN ESOS ROSTROS...
 
Sí, mis amigos. allí en esos rostros está el rostro.
El rostro que en la noche, en medio de la tempestad, entre
   relámpagos,
en medio del martirio, con la sonrisa última muchas veces,
algunos entrevieron y saludaron como un alba.
La poesía también fue, la poesía también es, un llamado en la
   noche,
tímido o firme, pero un llamado hacia ese rostro.
Acaso la belleza esté allí. Estamos seguros de que la belleza
   está allí.
En ese resplandor que casi vuelve imprecisos los rasgos.
Sin velos. Como la luz de las aguas y de las flores en un puro
    mediodía.
O como la del corazón que ha encontrado su centro.
Y las manos, ah, las manos que sufrieron las cadenas y
   sangraron, las manos,
son aquellas, sí, aquellas que allá tejen la guirnalda del sueño
a lo largo de la tierra en la casa común.
Veis los dedos ahora finos afiebrados en torno de los tallos y
   de los pétalos,
y de los pulsos precisos, y sobre las “páginas que defienden
   su blancura”,
y sobre los silencios, tantos silencios que luego han de cantar?
Veis el gesto abierto hacia la colina que despierta como una
   novia o como una hija?
Veis el gesto desvelado sobre el paisaje de las infinitas
   respuestas
en la escala toda, relativa, del vértigo?
Pero veis sobre todo, pero sentís sobre todo,
que por las manos ahora fluye, recién fluye, la corriente,
la clara, la profunda corriente en que la criatura puede mirarse
   de veras y ver el infinito?
Sí, mis amigos, allí en esos rostros está el rostro.
La belleza está allí, nuestra belleza.